Autorretrato, de Francisco de Goya (1815) |
calle con piedras y cuchillos para expulsar a los franceses que querían someterlos. Por supuesto, esta afirmación no deja de ser cierta pero, como suele suceder, hasta nosotros sólo llega una versión simplista de los acontecimientos, una versión que pretende avivar un sentimiento nacionalista y que no permite ver el conflicto en toda su dimensión. A pesar del legítimo levantamiento del pueblo español contra las tropas napoleónicas invasoras, muchos intelectuales españoles de la época como Juan Meléndez Valdés o Leandro Fernández de Moratín veían en los franceses la llegada de las luces a un país sumido en la miseria, la incultura y el analfabetismo, un país todavía esclavizado por el peso de la religión, la superstición y la ignorancia al que unos Carlos IV y Fernando VII traicionaban y oprimían. Francisco de Goya fue uno de estos intelectuales que veían en la llegada de los franceses la esperanza de que el germen de la Ilustración quedara en tierras españolas e hiciera florecer la revolución intelectual y cultural que había acontecido en Francia. No fue el único, pero, al igual que él, los que defendían la llegada de los vecinos del norte fueron tachados de "afrancesados", antipatriotas y traidores. El deseo de que la cultura y el triunfo de la razón ilustrada llegara a España era, como lo sigue siendo hoy en día, idea incómoda para algunos.
Evidentemente, al ver las intenciones invasoras de las tropas napoleónicas, muchos de los que se planteaban la llegada francesa como una puerta abierta a las luces del conocimiento, se vieron obligados a tomar partido y posicionarse entre la violenta imposición napoleónica o la libertad del pueblo español a pesar de su pobreza moral. Es ahí donde el famoso cuadro de Goya, Los fusilamientos del 3 de mayo cobra especial importancia por la reflexión que supone en cuanto al conflicto del momento y a las propias convicciones del pintor.
Los fusilamientos del 3 de mayo, de Francisco de Goya (1813-1814) |
En el cuadro se muestra a un pelotón de las tropas francesas a punto de fusilar a los sublevados españoles en el monte del Príncipe Pío (entre los que, según Galdós, si nos esforzamos un poco veremos a Gabriel de Araceli). Los militares franceses, el supuesto progreso ilustrado, se nos muestra de espaldas, sin rostro, deshumanizado. La formación es lineal, al igual que sus fusiles, rectos y duros, severos e inflexibles. Frente a ellos están los madrileños, algunos asesinados en el suelo y otros pidiendo clemencia. Goya no oculta su visión del pueblo español: son pobres, incultos, casi bárbaros, y es significativo que, al fondo, se vean las iglesias y campanarios que representan la religión supersticiosa tan presente en la cultura española. Sin embargo, y a pesar de las convicciones del pintor de que la llegada de la Ilustración resultaría beneficiosa, Goya acaba tomando partido a través de su obra, y lo hace con el farol que ilumina la escena. A pesar de ser los franceses los portadores de las "luces de la razón", la lámpara ilumina a los fusilados, a los oprimidos, mientras que los franceses permanecen en las sombras, en las tinieblas. Con ello, Goya está poniéndose claramente del lado de los sublevados: el progreso, la evolución, no puede ir de la mano de la violencia, de la represión. La razón no puede ser impuesta por la fuerza, no puede estar deshumanizada ni ser ajena al dolor que provoca, pues en el momento en que el progreso provoca violencia y sufrimiento, queda en evidencia que no es progreso sino reacción.
Ahí es donde reside la fuerza de la obra de Goya: en su reflexión sobre la cultura y la ignorancia, el progreso y la reacción, sobre la libertad y la opresión. Coincidiendo con la celebración del levantamiento en armas del pueblo madrileño contra las tropas francesas, conviene que no sólo veamos el famoso cuadro de Goya como la representación del acto heroico de quienes expulsaron del país a los invasores napoleónicos, sino que reflexionemos sobre lo que el genial pintor quería decirnos realmente con su cuadro: ¿estamos dispuestos a sacrificar al pueblo por lograr un supuesto progreso que somete en vez de liberar? ¿Es ese progreso deshumanizado el que queremos?
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