Alberto Ruiz-Gallardón, ministro de Justicia |
La controversia que ha desatado la futura ley del aborto
tanto entre los opositores del Partido Popular como entre sus propias filas,
deja en evidencia el retroceso social que supone la modificación de esta
contrarreforma impulsada por el ministro de Justicia Alberto Ruiz-Gallardón que
plantea, entre otros, la eliminación del sistema de plazos y la más aún
restrictiva eliminación del supuesto por malformación del feto. El nuevo texto,
que no sólo recuperaría, sino que endurecería la ley del aborto de 1985, supone
la supresión del derecho a decidir de la mujer ya que ésta no podrá abortar
libremente en las primeras 14 semanas de gestación como estaba estipulado hasta
ahora, sino que la nueva ley se regirá por un sistema de supuestos, es decir,
sólo en casos concretos se podrá abortar.
Esta propuesta de ley no sólo responde a la ideología reaccionaria
de la línea más dura del Partido Popular, sino a la intencionada condena de las
clases más desfavorecidas a las malas condiciones sociales. Estudios de la
Organización Mundial de la Salud concluyen que las medidas restrictivas no
reducen el número de abortos, es más, lo que hacen es aumentar el número de
prácticas abortivas clandestinas e ilegales, lo que conlleva a graves riesgos
sanitarios. En este sentido, la futura ley del aborto es una ley
discriminatoria, puesto que la mujer que quiera abortar lo seguirá haciendo aun
fuera de la ley. La diferencia estriba en que las únicas mujeres que podrán someterse
a un aborto con las condiciones sanitarias necesarias serán las que lo hagan en
el extranjero gracias a sus recursos económicos. El resto deberán abortar en
clínicas clandestinas con malas condiciones sanitarias arriesgando su propia
vida.
Por otra parte, el ministro alude al “derecho a la vida del
no-nacido” para apoyar su eliminación del supuesto por malformación, pero nada
dice del derecho a una vida digna que todo ser humano merece y que el Gobierno
niega a quienes sufren una discapacidad. Entre las numerosas medidas de recorte
impulsadas por el Gobierno, está la de suprimir 1.018 millones de la partida
presupuestaria destinada a la Ley de Dependencia, con lo que muchas familias
dejarán de percibir ayudas para asistir a familiares enfermos. Este recorte
crea un dilema en numerosas familias ya que se ven en la obligación de dejar de
trabajar para cuidar al enfermo o trabajar y desatenderlo. Por tanto, ¿cómo
asegura el Gobierno una vida digna a una recién nacido con malformaciones si a
la vez niega las ayudas necesarias para hacer frente al coste que supone una
situación de este tipo? Por su parte, la Coordinadora estatal de plataformas en
defensa de la Ley de Dependencia ha declarado que ya han aparecido numerosas
aseguradoras privadas que ofrecen prestaciones para dependientes, lo que deja
claro cuáles son las consecuencias de estas medidas: quien tenga recursos
económicos suficientes podrá hacerse cargo de una persona discapacitada, y el
que no, quedará abandonado a su suerte. La unión de ambas políticas (eliminación
del supuesto de malformación y desmantelamiento de la Ley de Dependencia) supone
una actuación inmoral que busca ensañarse con los más débiles.
El que en otra época fuera tildado como “uno de los más
progresistas en las filas del Partido Popular”, el ministro de Justicia Alberto
Ruiz-Gallardón, se revela hoy como uno de los más conservadores y reaccionarios
con esta reforma de la ley del aborto que pretende calificar como “progresista”
cuando no sólo adopta una ley de hace 30 años, sino que la vuelve aún más restrictiva.
Las únicas justificaciones que el ministro da para este retroceso social y
judicial son que el Comité por los Derechos de las Personas con Discapacidad
aconsejaba a España suprimir la distinción de plazos en caso de malformación,
pero en ningún caso eliminar el supuesto como se pretende hacer creer. Es más, diversos Comités de Naciones Unidas han manifestado que prohibir el aborto
en supuestos de malformaciones constituye un trato cruel, inhumano y degradante
para la mujer. Por tanto, teniendo en cuenta que los argumentos de
Gallardón para justificar su polémica reforma, cabe preguntarse si su actuación
no va más encaminada a apaciguar a los sectores más retrógrados del Partido
Popular y ceder a las presiones de la Conferencia Episcopal con Rouco Varela al
frente, al cual el ministro parece que debe resarcir por no haberse opuesto en
el pasado a algo tan “poco cristiano” como el matrimonio homosexual.
Declaraciones
como la de la diputada del Partido Popular, Beatriz Escudero, en el Congreso
afirmando que las mujeres que más abortan son las que menos formación tienen (lo
cual se ha demostrado que es falso) o las del ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, afirmando que el aborto tenía “algo que ver con ETA” dejan en
evidencia la enorme ignorancia de un Gobierno que se rige por unas ideas basadas
en el desconocimiento de la realidad y las opiniones personales de sus
dirigentes más radicales y antiprogresistas. Está por ver cuál es el texto
definitivo de la nueva ley del aborto, pero de aprobarse una ley tan
reaccionaria e hipócrita como la que el ministro Gallardón ha defendido, España
quedaría relegada a ser uno de los países europeos con una legislación abortiva
más dura considerando tal práctica, no un derecho, sino un “fracaso” que sólo
podrá ejercerse bajo tutela médica.
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